viernes, septiembre 03, 2010

Saber ser buen rico y buen pobre

No puedo dormir, anoche se cortó la luz en el sector de mi casa y volvió a las tres de la mañana. La lámpara del cielo raso se encendió. Me desvelé.

Pienso en lo que me dijo mi mamá, que si no resulta irme a vivir con el gringo, siempre tengo un lugar a dónde llegar. Prefiero mascar lauchas que volver a mi casa derrotada y con la cola entre las piernas. Sé que ellos son tremendamente tradicionales (mis padres), que no están de acuerdo en que vivamos juntos antes de casarnos, pero no me dicen nada para no hacerme sentir incómoda. Ellos quieren que yo sea feliz, como todos los padres, aunque no sea a su manera.

Como soy una persona que piensa en positivo, nunca me he planteado la posibilidad de que la convivencia entre el gringo y yo vaya mal. En cambio, mi madre es la reina de ponerse en el peor de los casos. Ahora, si reflexiono cuidadosamente, lo único que puede representar un obstáculo es si podré adaptarme a mis nuevas condiciones financieras, porque probablemente tendremos que ajustarnos el cinturón como pareja para poder pagar el dividendo y todas las cuentas.

Yo estoy acostumbrada a tener todo lo que se me pegue mi regalada gana. Hay cosas que obviamente no me compro por sentido común, pero no porque no pueda costearlas. Me gusta tener siempre mis ahorros y no sé si vivir al día me acomode mucho. Además está el tema de mi salud, que me exige contar con una reserva importante para poder costear mis remedios para el corazón, que sé que una familia con un ingreso promedio en Chile simplemente no podría pagar.

Cuando uno tiene niños, los gastos se disparan exponencialmente y el estilo de vida al que estoy acostumbrada probablemente ya no será posible. Adiós a los viajes internacionales, la ropa y los perfunes caros, el uso despreocupado e indiscriminado de taxis y los pequeños lujos como libros nuevos cada mes.

Pero el amor verdadero exige sacrificios, no es sólo mirarse con cara de cordero degollado y pasarlo bien, sobre todo cuando uno quiere formar una familia. Nadie dijo que la vida era fácil y, si lo dijo, se equivocó.

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